Mañana fría y húmeda; después de un lento amanecer los prados en sombra siguen escarchados. El otoño entró de lleno en el calendario y la naturaleza se resiente. Con viaje divertido llega la primera parada para comprar pan y estirar las piernas. Tras breve pausa nos dirigimos al desfiladero de la Hermida. Sombras y riscos con sus verticales paredes de roca; al tiempo, sol y algo de niebla. Al salir del estrecho paso, desde el autobús, vemos la nieve en las lejanas montañas. Dejamos Potes y llegamos al primer destino: Cueva, a 820 m. de altitud. Preparativos, fotos y adelante.
Comenzamos la marcha por una empinada rampa de hormigón, rodeados de exuberante vegetación; enseguida nos adentramos en un espeso bosque de hayas con abundantes hojas en el húmedo suelo. Entre las copas de los árboles luce un sol brillante y un sorprendente cielo azul. Desde un claro divisamos la lejana Peña Brez, a la cual nos dirigimos; pero para llegar a sus 1.615 m. habrá que dar un largo rodeo. Pétreo paisaje con enorme inclinación. Luz de la mañana en la rocas y prolongadas sombras en sus laderas.
Avanzamos cruzando un pequeño arroyo, precedido de una vistosa cascada donde convergen las aguas de recientes lluvias. Algunas piedras lucen el verdor del tupido musgo que las recubre. Pronto llegamos a Candenabio. Un paraje con suaves desniveles, donde los rayos del astro rey entran de forma especial. Almorzamos en la campa, rodeados de montañas y cercanos a una campestre cabaña pastoril. Caminamos de nuevo por una estrecha pista y otra vez entre las hayas del bosque, ahora más luminoso. Ascendemos por un angosto camino con rocosas paredes a los lados y vistosos troncos con llamativas formas.
Figuras, colores, relieve,… Misterio, silencio y soledad. Parece un lugar encantado. El roquedo es espectacular. Estamos en plena época otoñal, descifrando todo su significado. El viento arrastra las hojas desnudando las ramas. Las aves surcaron el cielo dejando atrás sus nidos, buscando refugio invernal; mientras, el resto de animales se esconden y guarecen del frío en sus madrigueras.
Nuestro caminar es lento y a veces nos detenemos para contemplar y disfrutar. Sol, cielo, montañas, arroyos, pasos, palabras, amigos… Barrancos, hondonadas, rocas sueltas, aire puro, rumor del agua y hayas centenarias. Parece desnudarse el alma al transitar por este atractivo lugar. Cruzamos el último regato y salimos a un claro con numerosos atajos. La ladera está repleta de piedras, escobas, maleza y matorral. En el aire nubes con formas caprichosas, indicativas de un tiempo anticiclónico. Llegamos a otro pastizal con ausencia de ganado bovino, donde el jabalí dejó sus huellas cual rito atávico, consistente en remover el césped con el hocico y los colmillos.
Continúa la caminata junto a un abrevadero con una fuente de frías aguas. Subimos en zigzag. El tramo final es rocoso y de cierta dificultad, lo salvamos trepando con manos y pies hasta llegar a nuestro objetivo: El Pico Brez. La suave y fresca brisa nos reconforta. Parte del grupo se deleita con unas fantásticas vistas, en un entorno de salvaje pureza. Un día soñado para caminar en armonía, disfrutando en compañía con la paz que transmite este sitio tan ideal. Desde la cumbre vemos al Este, Peña Labra y el Cornón; al Sur, el Curavacas; al Oeste, Peña Prieta y Pico Lezna; y al Norte, Peña Sagra. Una incipiente capa de nieve adorna las cimas más altas. Debajo, a nuestros pies, picachos rocosos y, en las laderas, el bosque otoñal.
Descanso, comida y reposo. Seguimos hablando, compartiendo y admirando. Entra la luz cenital en el macizo Oriental y Central. Colores: azules, blancos, grises y verdes con tonos variados. Avanza la tarde y emprendemos la bajada, contemplando las aristas del Brez y sus extensos pedregales, causados por la erosión. El descenso hacia el valle lo hacemos por un camino boscoso. Leve pausa en una verdosa loma con el sol bajo y entre nubes. Relieves caprichosos en la lejanía. Cada recorrido es nuevo y diferente, pero igual de insospechado y bello. Divisamos Caloca, con sus tejados rojos, al abrigo del collado Camponuera.
Llegamos a los restos de una calzada romana: Pisora – Lulióbriga – Costa Cantábrica, un tramo de 2,5 Km. ahora camino embarrado y pedregoso; otrora puerta de acceso a Liébana. En su día fue una importante vía de comunicación para el desarrollo económico y social. Viandantes y comerciantes transitaban por ella, así como numerosos peregrinos en dirección a Santo Toribio. Por fin aparecemos en un lugar paradisíaco con la ermita de San Roque, un rústico mirador, la fuente y un pintoresco prado, donde la luz y la sombra se proyectan y funden en la hierba, alcanzando el verde su plenitud en las serenas tardes de otoño; amenizando este mágico instante, a nuestro paso, el musical sonido de las bulliciosas aguas del río Bullón.
Caminamos de nuevo con la misma alegría y satisfacción, ahora por la carretera. En lo alto la Peña Cigal, mudo y gigantesco testigo de piedra de estos parajes de ensueño que, con la rosada luz de la tarde, parece cobrar vida engrandeciendo el magnífico y bucólico entorno. Por fin llegamos a Vendejo, final del trayecto. Diálogos y sonrisas durante un feliz retorno al hogar.
En estas últimas líneas quiero expresar mi alegría por el regreso de Julio, el “profe” de Compensatoria, con su sonrisa sincera y su prudente mirada; así como por la vuelta de Julio, “solista de rabel”, que, una vez más, con su pausa al hablar y su peculiar humor, nos enseña y hace pensar.
Enhorabuena a Javichu y a Sotres por sus fotos. Cuando las veo recuerdo su entusiasmo y los lugares recorridos, y también me parece oír la contagiosa sonrisa del uno y las oportunas explicaciones del otro.
Dedicatoria especial a mi tocayo Fredo y a Aristín, a los que acompaño y escucho y de los que siempre aprendo. Hasta la próxima amigos.
Alfredo López
Bravo, Bravísimo. Don Alfredo
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