Os dejamos un nuevo relato, de nuestro cronista oficial Alfredo López, de la marcha del pasado sábado. Muchas gracias y nuestra felicitación por esfuerzo.
Largo trayecto en una mañana primaveral de tiempo incierto. Ameno viaje, hasta Cangas de Onís, del reducido grupo de excursionistas para completar una marcha más del calendario del club. Esta vez nos dirigimos, por segunda vez, a tierras de la Comunidad Asturiana, con el triple objetivo de caminar, admirar el paisaje y disfrutar de alegre y divertida compañía.
En los últimos kilómetros de autobús, dejamos atrás el Santuario de la “Santina” y circulamos por un frondoso paraje para hacer la dura y emblemática subida a los Lagos de Covadonga, donde se dan cita el pelotón, en la Vuelta ciclista a España, y numerosos cicloturistas, ansiosos de emociones con la intención de emular las gestas de sus ídolos del pedal.
Ascendemos por la Huesera y el mirador de la Reina, hasta divisar el primer lago. Terminada la ascensión, nubes colgadas en el aire, que descansan besando las lejanas montañas, y verdes laderas son el panorama que se ofrece a nuestras miradas. Hermosas vistas que, con admiración, contemplan nuestros ojos. Aparcamos y nos preparamos para partir; en esta ocasión somos 18 valientes. Entre bromas, idas y venidas, posamos para Sotres antes de iniciar la marcha en las estribaciones del lago Enol.
Primeros pasos con viento muy frío del Oeste. Es pronto; el rocío aún permanece en la hierba que pisamos. Vamos por una estrecha y húmeda senda que bordea la amplia laguna. Seguimos por Vega la Cueva, contemplando en un montículo un altar de piedra. Breve parada con diversos comentarios. Aire fresco y tímidos rayos de sol a algo más de 1.000 m. de altitud. Caminamos admirando el contraste de cortos helechos, escasos árboles y diversas formaciones de piedra.
El viento agita con fuerza las copas de los árboles y nosotros seguimos adelante entre rocas y matorrales. Van quedando atrás las verdosas aguas con chispeantes reflejos solares en su superficie. Las praderas aparecen luminosas con colorido sin igual, debido a la luz solar matutina. En los primeros kilómetros cruzamos un arroyo y enfilamos una subida, internándonos en un hayedo con abundante y tupido musgo en la umbría. Nos adentramos y avanzamos entre hayas con la sensación de retroceder en el tiempo, ante la exuberante vegetación.
El camino se estrecha; a los lados: cardos, helechos, espinos y cumbres de piedra. Al salir al claro divisamos el mirador del Rey, con espesas laderas boscosas debajo. Va despejando el cielo y subiendo la temperatura ambiente. Julio y sus recuerdos quedaron atrás y el grupo esperó paciente su regreso. ¡Qué susto! Seguimos con cierta dificultad y muy atentos por un tortuoso y embarrado lugar. Llegamos a Vega de los Corrales entre gruesas hayas, con troncos de caprichosas formas en su arranque del fértil suelo. El olor a humedad es intenso. Bajamos levemente para pronto ascender hasta un lugar de ensueño: El Collado de los Cabritales.
Desde allí adivinamos el desfiladero del río Dobra y contemplamos el macizo de Amieba, un magnífico y espectacular roquedo. A lo lejos, los picos de Tiatordos, Recuencu y Maciéndome, nos señala Tomás. Unas excepcionales vistas con grises, verdes y el rutilante azul del cielo. “A esto lo llaman el Machu Pichu de Asturias”, apunta Sotres. Breve descanso para reponer energías y disfrutar de mirar, hablar, pensar e imaginar. El último trayecto de ascenso fue costoso, pero resultó ameno. Nos detenemos en un risco oteando los alrededores; buscamos un sitio apropiado para el almuerzo. El lugar elegido es ideal, al sur; protegidos de la fresca brisa que sopla del Noroeste.
Viandas, palabras, sonrisas y breves silencios. Tragos de vino saboreando los alimentos, compartiendo buenos momentos con sol y calor humano. Estamos a 1.345 m. de altura. Abajo, a nuestros pies, el Lago Enol. Al fondo, frente a nosotros, pastan los rebecos, moviéndose libremente entre las rocosas brañas cercanas. Por encima de ellas, altas cumbres con neveros residuales y, rodeando a la Peña Santa María Enol, crestas y aristas de picudas y jóvenes montañas con blanquecina piedra, donde apenas crecen las plantas.
Tras la comida ascendemos de nuevo. A nuestro paso rocas y más rocas, y plantas con flores amarillas. En materia de “Flora”, y en otras cosas, echamos en falta a Nieves; ausente por alegre motivo: “Ha llegado un nuevo nieto”. Algunos animales sueltos comen la escasa, rica y fresca hierba. A tanta altura predominan las pétreas montañas y escasean las praderas. Dejamos atrás un cuidado refugio a la sombra de dos vistosos y hermosos árboles y, en un vertiginoso descenso, llegamos a un extenso pastizal, salpicado de enormes pedruscos y pequeñas cabañas para albergarse los pastores. Un bucólico e idílico emplazamiento donde se percibe paz y recogimiento, y el ganado pace mansamente.
Cruzamos el último río de montaña por un rústico puente y bebemos agua de una fuente aledaña. En el frontal, por encima del pilón, hay una placa conmemorativa del pueblo de Corao dedicada a Roberto Frassinelli, un ecologista y gran entusiasta de la vida que recaló en estos lares a finales del siglo XX. Va terminando la caminata, ahora bajo un cielo gris plagado de nubes. Volvemos a la pista de la que partimos desandando los kilómetros postreros.
Son casi las seis de la tarde. El día transcurrió lentamente por tierras de Asturias, contemplando paisajes de ensueño. Una marcha intensa, con ambiente sano y divertido, plena de vivencias personales y enriquecedor bagaje, al acumular nuevas experiencias.
Reposado regreso a Cantabria con diálogos y diversos pensamientos.
Este escrito va dedicado a Fredo, veterano, curtido y paciente excursionista, y a Rafa y Carlos, dos jóvenes universitarios ávidos de emociones y savia joven para el club, con los que compartí gran parte del recorrido.
Feliz verano a todos los socios y simpatizantes del club: “Peñas Arriba”. Alfredo López